Cuando los estudiantes vieron allá por los años sesenta El acorazado Potemkin en el cineclub del auditorio Justo Sierra de Ciudad Universitaria, guardaron un profundo y respetuoso silencio. Quizás pensaban que así sería la revolución que aún soñaban para México. La huelga, Octubre, Alejandro Nevski y la trilogía de Iván el Terrible les amplió el panorama a los estudiantes sobre aquella tierra ignota con el añadido de escuchar los acordes de Prokofiev en las últimas. Fue después de ese recorrido por las estepas rusas y los zares misteriosos que vino Tormenta sobre México porque el mismo director que los enterados llamaban con extrema familiaridad Eisenstein, había realizado un retrato conmovedor de México, cuyas escenas resultaban entonces un fuerte golpe a causa del contraste entre lo urbano que se vivía con intensidad y lo rural que parecía ya tan lejano.
En poco tiempo aprendieron que Eisenstein no era el mismo que Einstein, aunque algunos continuaron confundiéndolos. El primero se convirtió en un icono de las tertulias en los cafés estudiantiles, sobre todo porque Lenin era el otro lado de la referencia si uno de los filmes más famoso del cineasta estaba asociado a Los diez días que conmovieron al mundo, el reportaje que escribiera John Reed sobre los inicios de la Revolución soviética.
Desde entonces los mismos estudiantes sabían que Upton Sinclair, el prolífico novelista gringo, era el malvado que le había robado la película a Eisenstein. No sé cómo se enteraron pero quizás la explicación estaba en la cantidad de revistas de la Academia de Lenguas Extranjeras de la URSS que entonces se regalaban.