Vivimos en un mundo rodeado de tecnología. En el día a día de muchas personas las nuevas aplicaciones desempeñan un rol central en sus vidas; cada vez más adaptados y, sobre todo, más dependientes de los nuevos dispositivos. Desde los smartphones, que facilitan enormemente la comunicación entre las personas y el acceso a la información, y que se están convirtiendo en el auténtico centro de operaciones para todos nosotros, pasando por muchas de las aplicaciones que contienen: Facebook, Twitter, Instagram. Redes sociales que hacen de la inmediatez y de la constante conectividad un nuevo estilo de vida. Aplicaciones que nos recomiendan planes para el fin de semana o lugares donde comer. Multitud de nuevos conceptos que, aunque ya son cotidianos, apenas hace unos años no eran más que palabras nebulosas sin un significado claro: Cloud Computing, Big Data, wearables, Internet of Things, WhatsApp, Telegram, Hangout, Skype. Nuevas formas de comunicarnos; nuevas formas de trabajar; nuevas formas de entender la vida; nuevas necesidades que, sin haberlas sentido antes, han pasado a ser imprescindibles. Un mundo lleno de posibilidades, pero, también, de enormes incertidumbres. Hace unas décadas nadie, fuera del mundo de la ciencia ficción, podía imaginar que el primer computador sería el origen de algo que, con el paso de los años, ha ido evolucionando y revolucionando la sociedad, el comercio entre países, la forma de relacionarse o, incluso, de conocer a tu pareja. Es la llamada Revolución Digital, que llegó en un momento indeterminado pero que está aquí para quedarse.
Desde un punto de vista económico está cambiando radicalmente la manera en la que los individuos y las empresas interactúan y, con ella, la realidad económica conocida hasta el momento. En la actualidad, el mundo digital ya representa más del 20% del Producto Interior Bruto mundial, y este porcentaje irá, sin duda, en aumento. Aunque los flujos comerciales y financieros han experimentado una disminución notable a partir de la crisis económica que estalló en el año 2008, el comercio internacional no ha hecho más que crecer. Los flujos digitales, los flujos de datos y de información están en continua expansión. No han parado de crecer en los últimos años. Vivimos en un mundo cada vez más interconectado y dependiente.
En este entorno, todos los agentes deben apostar por modernizarse. Además, las Administraciones Públicas deben colaborar estrechamente para conseguir que el sector privado pueda invertir con las máximas garantías posibles. En este sentido, en España, pese a que la inversión en infraestructuras está creciendo por encima de lo que lo hace en los países comunitarios, sin embargo, todavía hay numerosos ámbitos en los que queda margen de maniobra. Son muchos los sectores y las tipologías de empresas para los que la Revolución Digital supone un reto de enorme envergadura, pero también una potencial vía de crecimiento. Las pequeñas y medianas empresas, como unidad institucional, o sectores como el bancario o el industrial, entre otros, tienen que adaptarse al mundo que ya está aquí. En España, más del 80% del tejido empresarial tiene menos de 6 trabajadores. Son las que más valor añadido y empleo generan, pero muchas de ellas no están dando el paso definitivo para insertarse en el mundo digital y se sitúan muy por detrás de las empresas de países como Estados Unidos, Japón o Corea del Sur. En el sector de la banca, los modelos de negocio tradicionales peligran en los países desarrollados porque los márgenes de intermediación descienden y la rentabilidad mengua en un mundo de bajos tipos de interés. Pero este no es el principal reto al que se enfrentan, sino que deberán adaptarse al cambio disruptivo que supone la digitalización. En el sector industrial resultará imprescindible la adopción de las nuevas tecnologías que están apareciendo sucesivamente y la orientación de toda la cadena de valor hacia las necesidades del cliente.