«¡Es tan guapa como Marlene Dietrich y escribe tan bien como Virginia Woolf!», exclamó, impresionado, al conocerla, el que sería su traductor al inglés. En efecto, su belleza era lo primero que llamaba la atención en Clarice Lispector (Ucrania, 1920-Brasil, 1977). Pero esa apariencia suya espectacular -era guapa, era elegante, era exótica, tenía los perfectos modales propios de una esposa de diplomático- escondía muchas cosas. Su origen, para empezar. Clarice era judía (un dato que solía ocultar) y había nacido, con otro nombre, y en una fecha distinta a la que figuró durante muchos años en su biografía oficial, en una aldea ucraniana, cuando sus padres, arruinados, perseguidos y aterrorizados, huían de la guerra civil y los pogromos que siguieron a la Revolución Rusa.