"... comencemos por señalar que nombre y apellido corresponden a un español residente en Perú hace años y que desde finales de los ochenta del siglo pasado anduvo yendo y viniendo de España a Latinoamérica y viceversa. Sabemos también que ha superado recientemente la edad de la jubilación, de modo que ahora, oculto en una casa de Miraflores, aspira a la nacionalidad peruana y a que el tiempo transcurra lo más lento posible mientras él hace a su vez lo menos posible. Se trata, pues, de un hombre maduro, amante del ocio y que ha viajado. Reparo en ello dado que los tres datos resultan importantes para presentar su libro. Por un lado tenemos a un español de un casticismo mitigado por sus costumbres nómadas, y por otro a un novel de edad que se lanza a la aventura de publicar relatos de humor. No estamos por tanto ante el típico escritor de los últimos tiempos: el joven ávido de éxito comercial o de reconocimiento de la crítica. Por el contrario, en este caso el autor, en virtud de la sabiduría que da la edad, publica tan solo por un sentimiento de generosidad hacia la especie. Con harta probabilidad, Egea nos regala sus cuentos simplemente porque a él le gustan; como no le importa compartirlos, nos los ofrece también a nosotros. No hay mejor juicio que ese, ni más objetivo, para valorar una obra de arte: el desinterés. Estos cuentos, con independencia de que sean míos, valen la pena, habrá pensado el autor de Látigo , motivo por el cual lo lógico es dejárselo leer a la gente para que los disfrute también. Tal es, o por lo menos era hasta hace poco, el sentido último del arte: universalizar la belleza o la inteligencia o los sentimientos a partir de una obra bien hecha que no se pretenda mercancía."