La poesía de José María Eguren (Perú, 1874-1942) es, en el panorama hispanoamericano del siglo XX, un puente sutil entre el Modernismo y la Vanguardia. Representantes indiscutidos de ésta, como Carlos Oquendo de Amat o César Vallejo, entre otros, han reconocido en diversas oportunidades su deuda con Eguren. Dotado de una curiosidad alerta tanto a las más ínfimas señales de brillo y misterio en la vida cotidiana como a aquellos movimientos que renovaban, en sus días, el horizonte de las artes, Eguren fue un artista en el sentido cabal del término: aficionado a la fotografía -él mismo había construido una cámara del tamaño de un dedal con la que tomaba vistas en miniatura- y a la pintura y la música, su obra literaria filtra estas diversas prácticas o aprendizajes, confiriéndole maestría en la invención de imágenes tocantes a los estratos más hondos o apartados del ser, de gran poder evocativo.