Antes de descubrirse como escritor, James Graham Ballard (1930-2009) había deseado ser psiquiatra, y su única formación académica se la habían dado dos años de Medicina. Nunca olvidaba decir que no era un hombre de letras, sino algo así como un cirujano descarriado, y a la hora de escribir buscaba inspiración en las fuentes más insólitas: textos médicos sobre accidentes de tránsito, revistas y prospectos de tecnología quirúrgica, el Informe de la Comisión Warren sobre el asesinato del presidente John F. Kennedy o transcripciones de las cajas negras de los aviones. Esta fascinación por el lenguaje científico y su programática objetividad alimentó una de las características de su obra: la de tratar los detalles más triviales de nuestra vida cotidiana como un sistema de códigos que refleja las psicopatologías colectivas que gobiernan nuestro hábitat mental.