La novela aborda, en forma conmovedora, intensa y con maestría literaria el tema de la violencia familiar. El protagonista es Álvaro, hijo de un padre violento que mata a su madre y, posteriormente, se suicida. La trama no se centra en la víctima ni en el victimario, sino en el hijo que los sobrevive.
Se estructura en la alternancia de dos tiempos: pasado y presente. En unos capítulos, Álvaro es un niño-testigo que experimenta todas las variantes de la palabra miedo. En otros diez años después, es un joven que trabaja en una inmobiliaria mostrando espacios vacíos donde verá a los clientes imaginando y proyectando sus futuros. Nuevamente testigo, observa, en otros, la posibilidad de elegir irse o quedarse. El relato construye un nivel de poética y simbología de los espacios: puertas, balcones, llaves, ventanas, huellas que permiten suposiciones y lecturas.
A los apartamentos vacíos, el protagonista volverá, con su manojo de llaves, noche tras noche para desplegar escenas en un ritual de soledad y obsesión. Allí revive, imagina, conjetura, inventa. Acurrucado en un rincón o tendido en el suelo o tocando las paredes vuelve a escuchar los timbrazos impertinentes, los insultos, vuelve a ver el puño de su padre deshaciendo una reunión familiar en un domingo de su infancia que lo alejará, definitivamente, de sus tíos y su abuela. Pero su máximo intento es recrear la escena en la que estuvo ausente, la de esa tarde en que él estaba en la escuela y en una plaza cercana su padre ponía fin a su vida y a la de su madre.