Victoire, una chica francesa (quizá ya no tan chica), despierta una mañana al lado de un amigo muerto, después de lo que, podemos suponer, ha sido una fiesta o una noche de excesos. O donde el exceso principal haya consistido en perder la conciencia y, después, la memoria. No recordar, no saber. Frente a ese cuadro, Victoire escribe Echenoz- ante todo quería no tener que dar explicaciones. Opta así por dejar París y emprender la fuga; guardarse un tiempo y consumir sus pocos ahorros en distintos pueblitos de ruta, hacia el sur de Francia. Su destino se complica, se afea, se torna incluso peligroso.
Menos de cien páginas y un argumento sencillo le bastan a Jean Echenoz para lograr en Un año, un relato admirable donde -a diferencia de Victoire- puede apuntar sin énfasis algunos problemas éticos contemporáneos: la lucha trabada entre deseo y misantropía, el goce de la desmemoria y la supresión, el crimen indiferente disimulado en el desvío moral. Victoire se abandona a una deriva que sin embargo dura un tiempo razonable, posee una medida convencional: un año. Se pierde, sí, pero durante sólo un año. Suspende todo lazo social conocido, pero algo, como una marea de orilla, la sabrá devolver a su lugar de siempre. Finalmente, su aventura, su año, si no ha dejado experiencia y eso Echenoz lo deja en manos del lector- no ha sido muy distinto de uno de esos años sabáticos que pueden tomar, cada tanto, las estrellas de cine, el deporte, o la televisión.
Adquirió el hábito de comer sola, dándole la espalda al mundo., así es la realización del programa inconsciente de Victoire. Subsiste ese como sí, una lógica adolescente. No es transgredir: es jugar a transgredir. Un rato. Un año al menos. El escape, la evasión con término, como reenvío hacia el corazón de la pauta y la convención más superficial. Pero otro de los logros de Echenoz es que Victoire no sea antipática. Victoire es una precipitación. Huye por torpeza y si en cambio se queda, permanece, eso no asegura un sentido o una convicción.