Comprender la evolución vital de la obra de William James constituye un imperativo fundamental para incursionar en las entrañas intelectuales e ideológicas del llamado Siglo Americano. Miembro del patriciado bostoniano y catedrático estratégico de la Universidad de Harvard a lo largo de las últimas décadas del siglo XIX y la primera del siglo XX, James tiende las redes de la conducta activa y fisiológica del mundo filosófico y científico norteamericano. A través de su democracia cognoscitiva, James permite que la inteligencia acepte, al lado de la ciencia, el conocimiento procedente de la filosofía, el sentido común, la tradición y la teología. De esta manera James convierte al pragmatismo en una suerte de gerencia ideológica que permite fragmentar el conocimiento y, haciéndolo, operar en un pluriverso afín a los negocios, la vida práctica y la vida religiosa. Su voluntad de creer define un empirismo radical que lleva a aceptar las hipótesis, aún las metafísicas, más allá de la posibilidad de su prueba experimental. Con ello James define y amplifica una posición filosófica eminentemente moderna que no sólo influencia los sentimientos y las acciones del hombre norteamericano, sino anticipa la denominada postmodernidad y la ruptura de los grandes sistemas de la filosofía heredados del mundo europeo. Por más que, a su vez, el mundo hispanoparlante haya menospreciado por muchos años la obra de James, queda en cambio el magnífico y breve ensayo de Jorge Luis Borges que en 1940 concede su lugar y expresa su admiración por quien en la actualidad está siendo leído tanto en España como en América Latina con gran interés para la comprensión ideológica fragmentaria de los Estados Unidos.