Todas las inteligencias son iguales. Se puede enseñar lo que se ignora. Las explicaciones atontan. Es preciso querer lo posible. Cualquier hombre puede todo lo que quiere. Nunca es la inteligencia la que falta, sino la voluntad.
Un hecho fechado, 1818, arrastró a Jacotot a la opinión de la igualdad de las inteligencias. Esta opinión, tan sostenible como la contraria, funcionó a partir de allí como hipótesis a ser verificada. Hipótesis-festejo.
Era un tiempo de fundación. El alba de las pedagogías se erigía como uno de los resultados palpables de la revolución, pero esta aurora llena de promesas se sostenía en la opinión de la desigualdad de las inteligencias, en la lamentable separación entre sabios e ignorantes. Hipótesis-lamento.
Nada es verdad. Sólo se trata de ver qué vida hay bajo cada hipótesis.
Jacotot comprueba que la experiencia de la emancipación se ha hecho desde siempre. La lengua materna es el índice. Dice Rancière:
el ser que se supone virgen, al que el maestro se propone dar los primeros elementos del saber, ya ha comenzado hace mucho tiempo a aprender. Es por eso que la cuestión de la lengua materna está en el corazón de la relación entre tiranía y emancipación. En efecto, todo hombre ha hecho esta experiencia mil veces, y sin embargo a nadie se le ocurrió decir a otro que también podía emanciparse.Esta es la buena nueva que hay que difundir.
Pero esa buena nueva no tiene futuro en sociedad. Allí se desrazona, y por tanto hay que desrazonar lo más razonablemente posible. El individuo es libre, la especie no lo es.