La virgen de Guadalupe no sólo vive en los aposentos sagrados del Tepeyac. De manera extraña y fascinante ella se escapa de la Basílica que guarda celosamente su representación arquetípica para lanzarse a pasear por las calles de la gran ciudad en busca de los millones de anónimos juanes que la aman. Esta virgen que aflora en los muros de la ciudad de México, y que todos hemos visto al pasar, sólo puede renacer como la mujer vestida del sol gracias a la mirada de un extraordinario artista, Rafael López Castro, que con su cámara fotográfica nos revela las más insospechadas metamorfosis del gran mito mexicano. La virgen nunca se apareció milagrosamente ante los cristianos de la nueva España. Ella ya estaba allí como transmutación dela antigua Tonantzin y como representación apocalíptica de la gran ciudad de México, enfrentada al dragón. La mujer maravillosa que vemos en las calles de México no es una aparición: ella pertenece a la ciudad y quienes ahora la encuentran son como el bachiller Lasso de la Vega que en el siglo XVII descubrió que habían sido adanes dormidos poseyendo a esta Eva segunda en el paraíso de su Guadalupe Mexicano. Son los adanes y juanes de las ciudades mexicanas quienes, no sin cierta devoción machista, descubren a la virgen de Guadalupe cuando la pintan en los muros. Diríase que es imposible que surjan nuevas imágenes de la virgen. El estereotipo ha sido reproducido en millones de copias en cromos , tarjetas, lienzos, cerámicas, figuras de plástico, camisetas y mil formas más