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08 OCT

Historia de una mancha

por Alvaro Jugo
Historia de una mancha

La mancha apareció un jueves después del colegio. A las tres. O a las cuatro. No estoy segura. Pienso que fue a las cuatro, pues ya me había despedido de Maggie cuando la sentí brotar. Primero fue un hincón débil. Tomar aire. Después, otro más fuerte. Contener la respiración. No pensar. Y luego, un tercero, el más sordo, el peor. Existir. La violencia de novecientos cuchillos atravesándome el vientre. Un arpegio de escalofríos como teclas recorriéndome de arriba a abajo. Dolor. Maggie. Cuando pienso en ella las punzadas son caricias de violetas. Tregua breve. Abrí los ojos, y ahí: la mancha. Densa y oscura como un café cargado, glaseada como caramelo. Contemplándome sobre la fibra inmaculada, la vergüenza.

 

Eso soy: un cuerpo que ha decidido crecer. Tormenta. Abandono. Una isla vacía y oscura. Maggie me había dicho días atrás que sería así, que no me asustara, y yo le creí porque me lo dijo ella. Yo confío en Maggie más que en Dios. Aunque en el colegio sister Danielle me ha dicho que Dios no ve con buenos ojos que pase tanto tiempo junto a Maggie. Dice que es pecado que dos niñas sean tan amigas. No lo sé.

 

En casa nadie sabe aún de la mancha. No se lo he contado a la abuela, mucho menos a papá, aunque me temo que ambos lo sospechan. Por eso las conversaciones terminan cuando menciono a Maggie. Por eso la abuela llora a escondidas. La otra noche, por ejemplo, la escuché rezando, o más bien suplicando con la voz rota. Le pedía a Dios por mí, por la mancha. Que no soportaría la vergüenza, la oí decir.

 

Alvaro Jugo

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