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20 AGO

Recuerdo de ese hombre bueno

por Fulgor Sedano
Recuerdo de ese hombre bueno

¡Avanza!

Así me decías insistentemente, como un loro. Luego me caía y dolía mucho, como un puñetazo directo a la quijada o una traición; como un ataque al amor propio. Entonces me acordaba de tus palabras. Llegaba a casa, no te decía nada, porque seguro andabas viendo tu bendito fútbol u ordenando algo. No intercambiábamos palabras. No te interesaban las excusas. Solo confiabas en que lograría cosas.

¡Avanza!

Me caía constantemente. A veces en las clases con los exámenes, a veces con los hombres —siempre juro no volver a caer ahí—, algunas en el trabajo, otras conmigo misma. Estas últimas son las peores. En fin, en el trabajo caía recurrentemente; me mandaban a imprimir papeluchos y a llevar el café —¡soy casi una ingeniera!—, y cuando los jefes me preguntaban algo, respondía con un miedo que rayaba en lo ridículo, drásticamente distinta a cuando te confrontaba a ti, un hombre mayor y curtido, acerca de política o justicia.

¡Avanza!

A decir verdad, verte todo panzón y con tu combinación tan sexy de medias de vestir y blue jeans, arrellanado en tu espacio favorito de la sala, ese sillón antiquísimo, me hace pensar acerca de la inteligencia. Ciertamente, se puede ser un gran pensador con un atroz sentido de la moda.

¡Avanza!

Un día dejé de avanzar. En casa, cada vez que abría la puerta, justo en el umbral, divisando todo lo que nos hacía ser, me preguntaba el porqué. Ya no estaba ahí tu panza, ni tu periódico doblado en dos, ni tus pantuflas apachurradas, ni los anteojos de inmenso grosor. Seguías presente, pero no del todo. Hablabas, pero no distinguías la realidad que nos unía tanto. Mirabas, pero no con esos ojos que decían con perfecta precisión: bien hecho.

¡Avanza!

No sé si quiera avanzar más sin ti. Es difícil, después de todo, no tener motor. Me sigo diciendo ¡avanza!, pero cuesta y siempre he sido mala en llevar la teoría a la práctica.

¡Avanza!

Un día volví a avanzar. Terminé una etapa difícil pero bella —estas universidades públicas…—. Mandé a la mierda a Pablo —demoré mucho, yo lo sé—, también conseguí un mejor trabajo. Todo caía por su propio peso. ¿Sería razón suficiente para dejar de avanzar? Tú no hubieses querido eso.

Hoy te fui a ver al regresar del trabajo. Me miraste algo perdido, sin orientación. Maldije tu Alzheimer. Te besé. Creo que ya no puedes avanzar. Tata, yo creo que no hace falta, ya me hiciste avanzar lo suficiente.

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