Aunque hace un siglo fue decretado el desencantamiento del mundo, hoy presenciamos su disciplinada sacralización. Quizá las artes sean las más reacias en aceptar su carácter profano y, entre ellas, los poetas quienes más rinan culto a su propia creación. Por fin los vates se topan con una sensibilidad a la altura de su suficiencia: he aquí a un amante de los hallazgos poéticos que, no obstante, evidencia las limitaciones de la poesía pura, demasiado pura. Con la furia del hartazgo, con la lucidez del aguafiestas, Gombrowicz se propone recuperar la soberanía prosaica del hombre frente a una de sus más reputadas musas.