La noción general que se tiene del arte japonés clásico es que tanto éste como la cultura que lo produjo eran pastoriles, embebidos en el paisaje y la imaginería floral. Si bien esto es en parte cierto, precisamente una de las grandes épocas en el arte japonés aconteció durante el desarrollo de la cultura urbana en el periodo Edo. De hecho, esta etapa tomó el nombre de la espléndida Edo (actual Tokio), sede del poder del sogunato Tokugawa durante aproximadamente dos centurias. Junto con la ciudad imperial de Kioto y las ciudades portuarias de Osaka y Nagasaki, Edo alimentó una magnífica tradición de pintura, caligrafía, grabado, cerámica, arquitectura, trabajo textil y lacado. En un nuevo y refrescante estudio del arte del Japón Edo, Christine Guth hace un recorrido por este arte y sus artistas desde una inusual perspectiva urbana. Del mismo modo que cada ciudad creó su entorno social, político y económico distintivo, su arte adquirió un sabor y una estética únicos, lo cual contribuyó al desarrollo de la identidad independiente de cada centro. Cuando más tarde Japón se enfrentó a la cultura europea en su propio territorio, el arte japonés comenzó a reflejar y a absorber nuevas influencias radicales. momento también en el que las estampas japonesas llegaron a Occidente. En esta obra se recogen los artistas japoneses más populares los grandes pintores y xilógrafos Korin, Utamaro y Hiroshige y otros menos conocidos. Todos se contemplan en el contexto de las ciudades donde trabajaron, y donde cuyas rivalidades y realizaciones produjeron un arte extraordinariamente vital e innovador en uno de los periodos más dinámicos de la historia del Japón.