Puede que resulte mezquino calificar a Exilio y ceniza como un libro dedicado al amor, mezquino e insuficiente. Más aún si se repara en la poca nomenclatura de la que dicho sentimiento goza a lo largo del grupo de poemas que Carla Atencio ofrece en esta, su segunda obra. Pero el amor está ahí, como una llama incandescente, por momentos tenue, múltiple e inextinguible.
La voz de la poeta se presenta madura y mordaz, tomando distancia de la idealización y apelando a un registro casi testimonial y sin miramientos. Mi único crimen ha sido amar/ sin respuesta, espeta con eficacia en sus primeras páginas, asfaltando el terreno que empezamos a recorrer. Más adelante, nos ubica ante escenarios que juegan a ser ambiguos, pero que constatan realidades solo alcanzables sobre el lienzo de esa voz poética: y la serenidad nacerá de mi vientre/ como flores de lenguas largas/ y garras negras.
Los versos interpelan y, en el caso de Atencio, esa interpelación posee una fragancia redentora, Para transitar/ el camino de la iluminación/ voy a destruirme. Hay plena consciencia de la derrota ante la poesía, del sometimiento al verso, un sometimiento dulce y que la autora abraza con fervor.