«Ni ella misma sabía cómo ni cuándo empezó a hacerlo; lo más probable es que la primera vez sucediese mientras dormía y que al despertar continuara su labor de manera natural, y que después le pareciese que siempre había tenido esa habilidad y que no existía razón para no practicarla en sus ratos libres, que cada vez eran más, sobre todo porque desde hacía mucho tiempo no le permitían cocinar ni salir a hacer las compras o siquiera barrer la casa, apenas abrazar y darles besos a sus nietos». Así comienza este hermoso relato sobre una abuelita que halla en una curiosa labor la forma de cuidar a su familia, cuando las palabras se extravían en la memoria.