No deja de ser curioso que el estridentismo, corriente de creación poética con la que se buscaba romper con lo anterior e inaugurar un porvenir de inacabables cambios en todos los órdenes de la cultura, halla nacido en México en la mente de un joven veracruzano, de Tuxpan más precisamente, que vivió su infancia y su juventud de un modo no muy distinto al de los niños y los muchachos provincianos de familias de clase media. El mundo del niño Manuel Maples Arce (Papantla, 1900) tiene dos centros: la morada hogareña, cuya extensión será la escuela, y la naturaleza, el río Tuxpan y el mar sonoro. Su padre había sido tentado por la poesía, no con especial fortuna, y contaba con libros de donde procedía su apreciable nivel cultural. A la vez, en aquel medio la prensa era una presencia de veras cotidiana: daba cuenta de las noticias de la comunidad y un mínimo registro de los hechos políticos (el fin del gobierno de Porfirio Díaz, el advenimiento de la Revolución, el estallido general de la violencia). Manuel Maples Arce crece en ese mundo, extasiado delante de su atmósfera, sus rumores. Descubre entonces, muy pronto, su sensibilidad y además su apego a la lengua. Tuxpan era, por lo demás, un poblado distante de los grandes centros de actividad y de poder. Ni pensar en carreteras, ni en ferrocarriles. Una sola fuerza parece existir allá: la de la educación. Tal es su riqueza. Además del cumplimiento de obligaciones cívicas (la memoria de los héroes, y muy especialmente de Benito Juárez, y los homenajes a la bandera nacional), los estudiantes aprendían lo necesario para poder luego vislumbrar un futuro más o menos sólido.