La voz que al lector canta, habla, narra o interpela?, es la del deseo de aquello cuya carencia se siente. La máscara de una vida joven que extraña, como anhela, lo bello y el bien en distintas dimensiones. Como un locutor intermedio ?jamás está completo?, no solo por la mocedad que lo concibió sino por tentar el límite entre lo inmortal y su existencia finita. De allí lo parenético de algunos versos y poemas. Porque ni es la noche ni es el día, es la mediadora tarde de valores que en comunidad se cantan, se sufren o aleccionan. El vivir en el límite de lo que casi es una isla, donde ocurrió un último milagro: Fátima. Sin embargo, intuitivamente, esto bello y bueno ?eterno? no solo refiere a los besos de madreselvas que dejan los enamorados. Calza su voz con la ciudad y la unidad que debería prevalecer frente a la discordia, como consecuencia de las virtudes que eros engendra. Por ello, existe un pequeño repertorio de poemas de carácter político e histórico; al ser eros lo que une todo lo existente: desde las estaciones contrarias que encuentran armonía, hasta la comunidad que, por la palabra, logra el sosiego de su estabilidad. En todo ello, la búsqueda desde la carencia del bien y lo bello ?tanto que se tuvo como que se anhela? es la pauta. No obstante, la obra puede resumirse en una oración: solo quien ama sabe morir por otro.