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05 MAR

La oscuridad y sus individuos

por Diego Nieves
La oscuridad y sus individuos

Ha pasado ya una semana desde que leí Caballos de medianoche, la obra más reconocida del peruano Guillermo Niño de Guzmán. La mirada penetrante de un frisón, un imponente potro de pelaje negro, me recibió en la portada de la nueva edición que Tusquets ha publicado por el aniversario de la obra. 

 

Bastará con decir que terminé el libro a las pocas horas de haberlo iniciado. Cuento tras cuento, sentía cómo la necesidad insaciable se apoderaba de mi yo lector. Esto, viéndolo en retrospectiva, no solo respondía a la calidad de los relatos de Niño de Guzmán, sino al efecto  sombrío y adictivo que genera el leerlos en conjunto. Se trata de una exposición de historias distintas en forma pero similares en fondo, lo que resulta sumamente envolvente.

 

La idea que uno tiene de un cuento con un título tan particular dista mucho de lo que termina leyendo. El primer relato, «Caballos de medianoche», título que da nombre al libro, goza de una lograda característica: decir exactamente lo justo y necesario. Es, en un inicio, un diálogo ambiguo entre un padre y su hija. Causa intriga el hecho de que el narrador —que está en tercera persona—, habiendo presentado al hombre como el padre de la niña, se siga refiriendo a él como «el hombre». Este sustantivo nos da atisbos de un vacío existencial, nos susurra entre líneas que algo no anda bien. Hay en la prosa de este cuento una lejanía adrede, impersonal, pero que de alguna forma se ve amainada por ciertas partes de la conversación, algunas tiernas, otras algo sombrías. Lo cierto es que el diálogo tiende a hacernos dudar de esa relación. Uno se cuestiona ciertas ideas que afloran como suposiciones acaso desmedidas: ¿qué tipo de relación tiene ese padre, llamado «el hombre», con su hija?

 

Que un cuento genere esto no es menor. Son pocas líneas las que necesita Niño de Guzmán para causar todo tipo de perturbaciones en el lector, quien, sin ser del todo consciente, termina desencadenando una irremediable complicidad con los individuos que habitan el relato. Quien lee sabe que algo no anda bien entre este padre y su hija, sabe que aquel hombre es, en realidad, un alcohólico; pero quizás este descubrimiento sea lo menos importante. Ser capaz de lograr sensaciones tan intrigantes en tan pocas líneas solo puede estar al alcance de un escritor logrado como Niño de Guzmán, quien no requiere de un lenguaje artificial ni rimbombante, sino de una prosa sutil que sirve de matiz para lograr diálogos directos y certeros y, sobre todo, un final fulminante, antológico.

 

El grueso de historias, intercaladas por viñetas que amilanan la lóbrega sensación de los cuentos con irónicos y cortos párrafos, son un buen descanso para sumirse nuevamente en la materia gris del siguiente relato.

 

Después de «Caballos de medianoche», mi cuento favorito fue «Perdido». Es una historia corta que nos presenta a un protagonista amante del jazz. Este le exige a un pianista negro, músico de un bar, la canción que lleva el título del cuento. Un encuentro posterior le da un giro inesperado a ese ambiente inicial. Lo mismo ocurre con «Good morning, heartache», otro cuento que nos regresa a la escena nocturna del jazz, con una cantante conocida como La Reina, una gorda mujer que parece hacer referencia a la cantante americana Billie Holiday. Su relación con el protagonista es ambigua, turbulenta e incierta, y el diálogo entre ellos revela una mujer perturbada, con tendencias autodestructivas.

 

Creo que el cuento no está hecho para dar extensas explicaciones del universo que nos otorga. Eso es, quizá, función de la novela. La preocupación del lector no debe ser el encontrar qué atormenta al hombre alcohólico, o qué lo llevó a ese final fulminante. La función del cuento no es darnos una biografía de La Reina ni de la mujer asesina de «El olor de la noche» (otro gran cuento de la antología): no. Pienso que el cuento debe tener un solo objetivo y, precisamente por esto, causa un efecto implacable que puede ser un aspaviento para el lector, mostrando una idea que puede llegar a revolver su mente incluso con un número limitado de líneas, calando hondo, quizá más hondo que las muchas páginas de una novela. Precisamente esto es lo que los cuentos de Niño de Guzmán han generado en mí y, estoy seguro, en el grueso de sus lectores.

 

Me alegra saber que la obra de un gran cuentista como lo es Niño de Guzmán se reedita. Esta nueva edición viene acompañada de variados comentarios de muy respetables y exitosos escritores, de la talla de Julio Ramón Ribeyro, Alonso Cueto y el crítico literario Jose Miguel Oviedo.

 

Por si fuera poco, también incluye un brillante prólogo de nuestro Nobel, Mario Vargas Llosa, quien de forma concisa concede ideas acerca del sentido del cuento y da ejemplos de grandes cuentistas como lo fueron Faulkner y Hemingway, este último el escritor predilecto de Niño de Guzmán.

 

Lo que más captó mi interés y me generó gran placer fue leer el testimonio del mismo Guillermo Niño de Guzmán sobre la publicación de la primera edición de 1984. Es una confesión sincera de cómo fue publicada la primera edición de Caballos de medianoche, de cómo Vargas Llosa pidió conversar con él, un joven de 29 años, luego de recibir de parte de un conocido el manuscrito original. Incluso se relata el primer encuentro entre ambos.

 

Caballos de medianoche es un gran libro de cuentos que forma parte fundamental de la cuentística peruana. Espero que el tiempo permita que la obra de Niño de Guzmán alcance a más lectores. Sus cuentos son un ejemplo del gran talento que alberga el Perú, teniendo grandes escritores que deben ser reconocidos por todos nosotros. Por lo pronto, celebro el que se siga reeditando su obra, llegando a más amantes de la literatura.

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