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08 MAR

La ruleta de Dostoievski

por Diego Nieves
La ruleta de Dostoievski

Muchos coincidirán en que una de las características de las grandes novelas de Dostoievski es su extensión, pues el ruso se ha valido de historias de cientos de páginas para construir verdaderas obras maestras de la literatura universal. Lo hemos notado en obras como Crimen y castigo, Los hermanos Karamázov, Los demonios, y tantas otras novelas de cuerpos voluminosos.  Existe, sin embargo, una novela que está exenta de dicha característica: El jugador.

 

Escrita en 1866 de forma bastante particular, El jugador es una suerte de autorretrato:, pues Dostoievski plasma en el protagonista de su historia su propia adicción al juego, un placer y vicio que descubrió el autor ruso en uno de sus viajes a los diferentes balnearios de ocio europeos y que lo acompañó hasta los últimos días que vivió en su estrecha casita de salones alfombrados de San Petersburgo.

 

 

 

Esta es la historia de Alekséi Ivánovich, joven tutor de una familia rusa que vive en un hotel de Roulettenbourg, Alemania, una ciudad ficticia, conocida por sus muchos casinos y salas de juego. Alekséi trabaja para el General Zagorianski, patriarca de la familia, y hombre que vive en torno a la ansiedad debido a las cuantiosas deudas que tiene con De Grieux, un aristócrata francés. Para pagar dichas deudas, el General espera con ansias alguna noticia de la muerte de su rica y senil tía Antonida Vasílevna, de la cual es un muy posible heredero. Paralelamente, la historia va desmantelando la ludopatía que padece el joven tutor y protagonista, Alekséi, y su obsesión amorosa por la hijastra del General, Polina.

 

El jugador es una novela breve, que narra con maestría y en menos de doscientas páginas el poder que es capaz de ejercer el juego sobre los dominios de la mente humana. Aquel vicio que obnubila los sentidos, llega a suprimir todo rastro de racionalidad, llevando a su víctima a jugar por el simple placer de la aspiración a la victoria.

 

La brevedad de esta obra tiene una explicación bastante curiosa: Dostoievski estaba obligado a cumplir un contrato con su editor, Fiódor Stellovski, en el cual se comprometía a entregar una novela hasta el 1 de noviembre de 1866, pues, en caso contrario, su editor se quedaría con los derechos de autor de todo cuanto Dostoievski escribiese por los siguientes nueve años. El resultado fue más que asombroso: El jugador, una novela escrita en veintiséis días, dictada a voz por Dostoievski y taquigrafiada por Anna Grigórievna Snítkina, compañera amorosa del ruso quien meses después se convertiría en su esposa.

 

Dostoievski Burlao (@dostoiev_burlao) / Twitter

 

Fiódor Dostoievski ha abordado sus distintos vicios y enfermedades  a lo largo de muchas de sus novelas. El príncipe Lev, protagonista de El idiota, padecía de epilepsia, tal cual su autor. Raskólnikov, el antihéroe de la monumental Crimen y castigo, vivía en la mayor de las pobrezas, tal cual Fiódor, quien pasó por momentos de miseria a pesar del éxito de sus escritos. Un ejemplo mucho más evidente es el de Goryánchikov, protagonista de Memorias de la casa muerta, siendo éste el claro álter-ego de Dostoievski en sus años de encarcelamiento en la prisión de Siberia.

 

 

 

Resulta sorprendente cómo las distintas desavenencias vividas —o más bien sufridas— por un genio pudieron concebir obras del calibre de El jugador, Los demonios, El idiota, o Los hermanos Karamázov (ésta última quizá su obra más lograda). Las exploraciones dentro de la oscuridad del alma humana han sido siempre la materia prima de las novelas de Dostoievski. En ese sentido, El jugador no es ni por asomo una excepción a la regla, pues, al margen de la confesión de uno de los vicios más tormentosos del escritor ruso, sus páginas nos ponen frente a frente con una de las más grandes tragedias del ser humano: la imposibilidad de dominarse a sí mismo frente a la tentación que lo destruye lentamente.

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