Hay una consigna secreta en los poemas de Rocío Madueño: todo aquello que ya no está sigue permaneciendo entre nosotros. Como las veladoras de un fresco prerrenacentista, leemos capas y capas de palabras, las visibles e invisibles; somos testigos de algo que ya no está pero persiste que en aparecer ante nuestros ojos. Podríamos colocar los versos de Rocío unos sobre otros y tendríamos lecturas paralelas, voces superpuestas hablándonos del primer fuego o la guerra nuclear. Así son estos poemas vitales. Leerlos permite una experiencia colectiva, una memoria profunda como quien mira los aros concéntricos de un viejo árbol talado.
¿Todo sucede a la vez? ¿O acaso el poema ya fue escrito años atrás y duerme en el inconsciente esperando a una poeta? Rocío Madueño nos hace estas preguntas antiguas como una montaña y nuevas como este poemario.