En He anidado un bosque, el poema es un acontecimiento que, como diría Blanca Varela, brilla con insistencia. ¿Cómo habitar un territorio endurecido y perforado, donde hay sed pero no hay boca? Hidalgo reclama ese espacio extraño y lo recorre. En ese tránsito, no solo halla formas de ser en común con otras especies: las escucha, las nombra, reconoce su lenguaje. La astilla de luz se vuelve ceniza. Del gris nace lo verde: una criatura de fuego y ternura que, por fin, puede ser vista en todas sus luces y sombras.