Cuando un fragmento de Sobre vivir se publicó en Medusario (1996) causó sensación por su propuesta de aliar frase, danza y música. Es como si la frase musical nos estuviera diciendo algo que debiéramos descifrar y ese sentido fuese una frase de lengua. Se diría que la poesía no puede tender a otra cosa. Lauer toma dos prendas de vestir de un diseñador japonés y de un poeta cubano, y se pone a bailar en un fraseo musical de versos largos y períodos más largos aún, para dar el continuum de la música y el continuum del pensamiento en el temblor de algo entregado recién: Cáscaras frescas recién vacías. Lauer pone en juego el tiempo en el desarrollo del poema, que transcurre como un espectáculo de danza.
Cuando Nietzsche logra despejar el terreno de las verdades del dogma y la teología, propone la danza de Dionisos, hacia un terreno sin finalidad, salvo el recorrido de brazadas de oscuras tortugas. El que baila siente que lo ha rozado la muerte, pero al seguir bailando le resta a la muerte una segunda oportunidad. Es como si el danzar nos revelara el eterno retorno de las cosas, un flujo que engloba y conserva y lleva los seres y las cosas por el río del cielo, con los pies en la tierra movedizos por evidentes brújulas de azar. Si nos fijamos en los absurdos pájaros de Bécquer, veremos que el mundo gira sin gobierno.
Roberto Echavarren