La llamada comunicación para el desarrollo, que todavía se defiende, ha calado profundamente llegando a formar parte de nuestra herencia genética a partir del siglo XX. El esfuerzo por renombrar las cosas, definir un nuevo concepto y modelo de vida verdaderamente natural, va a requerir tiempo, tanto como el necesario para hacer posible que las nuevas generaciones puedan tener la oportunidad de recibir una educación descontaminada, asentada en valores universales y universalizables, desde lógicas que apuesten por pensar el mundo en una felicidad compartida.