El descubrimiento del aura no es un logro de los tiempos modernos. En las escuelas esotéricas de Egipto y en la antigua Grecia se conocían las emanaciones alrededor de los seres vivos. Más tarde, las pinturas de la temprana cristiandad acogieron esta idea (aureola); también la gloriola de los emperadores romanos se basa en el mismo fenómeno. Lo mismo que vale para el aura, vale para los cuerpos superiores más sutiles del ser humano, que son prácticamente un eslabón entre el cuerpo y el alma. Los egipcios iniciados conocían el ka, mediante el cual el iniciado podía salir de su envoltura física para viajar a los mundos intermedios. La metafísica india conocía los cuerpos etérico y astral, lo mismo que la cábala.
En la Edad Media, aparece la idea del cuerpo astral también en Occidente, en las obras de Paracelso. No importa qué tan diferentes puedan ser las diversas tradiciones en las que aparecen estas ideas, todas se basan en una realidad superior que espera al ser humano después de su muerte terrenal, pero en la cual puede entrar, bajo ciertas condiciones, durante su vida en la Tierra. Este mundo superior o más luminoso envuelve al mundo físico o lo penetra, y se puede percibir también solo bajo ciertas condiciones espirituales durante la vida terrenal.
Toda forma de vida muestra una emanación de energía radiante que ha sido reconocida, descrita y explicada por personas con especial capacidad de percepción. Investigadores como Carlos W. Leadbeater, Dora Kunz, Geoffrey Hodson, Erhard Bäzner o Manuela Oetinger, han profundizado en este tema y encontrado significados de amplia aplicación en la vida personal, que fueron recopilados por Peter Michel, en este interesante libro.