El cine ha sido un arte afortunado. Tuvo la inmensa suerte de seducir a Orson Welles y Marcel Pagnol para atraerlos desde el teatro, a Pasolini y Jean Cocteau desde la poesía y a Stanley Kubrick desde el ajedrez. Fue un golpe de fortuna comparable que Luis Buñuel, uno de los representantes más brillantes del movimiento surrealista, eligiera hacer películas y fuera capaz de hacerlas durante cincuenta años con una rigurosa fidelidad a sus principios.
Tras un audaz pase parisino de Un perro andaluz en 1929 (Buñuel llevaba piedras en los bolsillos por si las necesitaba para repeler un ataque del público), la trayectoria posterior de Buñuel en España (Las Hurdes), Hollywood y México (Los olvidados, Robinson Crusoe, Él, Nazarín) antes de regresar a Francia (Diario de una camarera, Belle de jour, El discreto encanto de la burguesía, Ese oscuro objeto del deseo), demostró que los únicos temas que le interesaron para hacer películas fueron los tres que se supone nunca deben mencionarse entre gente educada: el sexo, la religión y la política.
Este libro fue realizado con pleno acceso a los archivos de Luis Buñuel.