Marsilio de Padua (1275/80-1343) niega que haya dos poderes, la Iglesia y el Estado, como afirmaba la doctrina medieval. La autoridad de legislar, hacer cumplir la ley, juzgar y castigar, sólo corresponde al poder temporal o laico. No cabe hablar de poder espiritual.
Por primera vez aparecen en castellano los dos tratados políticos de Marsilio que complementan El defensor de la paz y que responden al mismo objetivo: destruir los fundamentos de la doctrina pontificia del poder temporal
del Papado. El defensor menor analiza el poder de las llaves (de atar o desatar los pecados) y sostiene que la jurisdicción para excomulgar y para regular el matrimonio (y el divorcio) compete al Emperador como gobernante, no al Papa o al clero. La transferencia del Imperio, de carácter histórico, justifica, con razones y hechos políticos, la transmisión del poder imperial desde el pueblo Romano a los príncipes electores alemanes, y refuta así la tradicional justificación teológica de la supremacía del Papa sobre el Emperador. Marsilio de Padua, compañero de exilio de Ockham en la Corte imperial, rechaza cualquier dualismo y defiende la autonomía del hecho político, la legitimación racional del Estado y la subordinación del poder eclesiástico al poder civil, con rasgos que anticipan las teorías de Maquiavelo o de Hobbes.