TE GUARDE UNA BALA

TE GUARDE UNA BALA

LUIS BUGARINI

S/ 29.00
NO DISPONIBLE
Editorial:
ABISMO
Materia
Narrativa internacional
ISBN:
978-1-5122-8953-4

Despertamos cada mañana cubiertos con sábanas que disimulan nuestra vanidad, tragándonos el mito de ser personas especiales, creyendo que tenemos alguna misión importante que cumplir antes de que nos vuelva a cubrir la sábana blanca de la morgue. La vida no va hacia ningún lugar mejor, pero quizá sí camina hacia su propia autodestrucción.



Todo lo anterior pensaba de un modo más elemental —si es que se puede— a los quince años. Mi filosofía existencial de la adolescencia se remitió a que tenía pocas ganas de vivir y eso que ni siquiera conocí a Cioran, ni había llenado mi cabeza de humo con alguna escuelilla del pesimismo alemán.

Como dijera alguna vez un genio del séptimo arte, el cine es mejor que la vida, porque es su versión editada y sublimada. El cine vuelve lo bueno maravilloso y depura lo terrible, haciendo de lo catastrófico algo escalofriante pero al mismo tiempo lejano, ficticio. A pesar de concederle al cine este tipo de virtud catártica, me ponía muy triste ir a ver películas a una sala con desconocidos; no les conté, pero en mi adolescencia también fui misántropa.

Ir al cine en aquella época era deprimente, sobre todo porque la mayoría de las películas exhibidas eran hollywoodenses. Me hundía en la tristeza al ser espectadora de esos grandes valores: familias estables y sonrientes que vacacionaban cada verano en otro país, enormes residencias construidas en madera, amores heroicos, matrimonios defensores de la monogamia. Pero sobre todo, chicas optimistas, con un futuro prometedor. Y como dije antes, siempre estaban sonriendo.

Lo mío no eran los largometrajes de tendencias platónicas, el exceso de vitalidad me empalagaba, cavaba un surco en mi pecho de necesidades materiales y morales, de metas inalcanzables, que seguramente, en una realidad más cruda como la de la mayoría, no podrían ser cumplidas. Necesitaba ver historias patéticas, algo que combinara mejor con mi lúgubre estilo adolescente.

En realidad, el cine me cansaba. No me parecía lógico condensar historias, incluso de siglos, en dos horas. Buscaba una estructura distinta, con un tipo de desarrollo más natural que el de una película. Una narrativa fragmentada, que pudiera apreciar en episodios. Algún tipo de trama que se asemejara al modo en que se exponen las situaciones de la vida. Necesitaba una ficción que me lanzara a la hendidura, al abismal sinsentido que es la existencia. Ya lo dije antes, mi propósito era extender el sentimiento de vacío. De que todo acaba rápido, justificar que lo que hacemos no se dirige a la construcción de ninguna meta clara, sino tan sólo hacia la evasión de la muerte.

Deseaba encontrar una serie televisiva que le diera la vuelta a la cursilería, pero al mismo tiempo le apostará a la sublimación estética de lo grotesco, trágico y nocivo del transcurrir cotidiano. Fue así como llegué a Dead Like Me (creada por Bryan Fuller) a los quince años, que en la traducción latinoamericana es conocida bajo el nombre de Tan muertos como yo. Una serie estadounidense —vaya la paradoja— que literalmente amortiguó mi adolescencia durante un par de años.

Para muchos de los nacidos en los setenta y ochenta, las series televisivas no fueron solamente un episodio más dentro del ocio cotidiano, sino que vinieron a configurar un tipo de segunda moral, o como lo diría el compilador de Te guarde una bala, Luis Bugarini, impartíaN una educación sentimental que completaba aquella recibida en la casa y en la escuela. Al menos así me pasó estando a la deriva de esa “caja idiota” durante mi adolescencia, las historias televisivas se mezclaron con mi rutina, volviéndome algo así como un personaje secundario de todo eso que miraba. Fui tan predecible, que innegablemente las ficciones se fueron anidando, casi sin saberlo, en mi trayectoria profesional. Terminé estudiando filosofía, lo mismo que estudió uno de mis personajes favoritos de una serie gringa —Wonderfalls—, y por supuesto cultivándole un gusto sincero al pesimismo.

Te guardé una bala es la muestra de cómo la discursividad de las series televisivas impactaron a los autores que escriben en dicha antología. Sin embargo, sus reflexiones no se quedan en un mero asunto testimonial, encontrando así ensayos que se avocan a un análisis psicológico, social, de género y filosófico sobre la serie en turno.

De tal manera, entre las páginas de Te guardé una bala encontramos la sugerencia de no obviar la violencia, de reconsiderarla como un asunto que tilda en lo sagrado: en el crimen indispuesto a ser olvidado. El escritor Daniel Barrón, tomando de pretexto la serie de True Detective, nos habla de la dignidad humana como ese conjunto de hombres y mujeres que están unidos más allá de cualquier discrepancia imaginable. Esta dignidad que nos arrojaría a entender que “todos pertenecemos a una misma cadena” y siempre que un prójimo es ejecutado, o aparece acribillado en una avenida, implica también una pérdida personal, porque al mismo tiempo, e indirectamente, fuimos parte de ese asesinato: “Nadie muere impunemente, y nada se mata sin desequilibrar otras vidas”. Devolver la dignidad, implicaría no rendirse ante ningún crimen, o al menos, volverlo un escándalo, el gran escándalo que escapa a los “datos duros”. La indignación auténtica de regresarle la voz a los desaparecidos.

En Te guardé una bala, los autores se volvieron francotiradores de conflictos que los han obsesionado durante su juventud. El motivo de considerar una serie de televisión desde la mirada crítica, los hizo poner el dedo en sus propias heridas y meditarlas desde una óptica más objetiva: ensayando con ellas.

En este sentido, encontramos el texto de Criseida Santos Guevara, quien trayendo a colación la serie de The good wife —La esposa ejemplar— o como la autora llama a la serie, “La buena esposita”, critica relaciones de pareja dadas desde el vil ejercicio del utilitarismo y la hipocresía. Criseida sabe que las historias televisivas consignan un montón de expectativas, que muchos —como en algún punto también le pasó a ella— quisieran alcanzar, pero que al verse falseadas por la realidad traen consigo una honda frustración. Entonces, o sigues viviendo en esta ficción televisiva o haces las paces con tu propia circunstancia, desde quien eres en verdad.

El síndrome de la “buena esposita” es el que vemos a diario en un montón de mujeres “independientes”, trabajadoras, y que en cierto sentido podrían salirse —si así lo quisieran— del mito sobrevalorado de la familia “estable”. Pero en cambio deciden poner su libertad a expensas de otros y soportar cualquier tipo de abuso masculino, con tal de simular, dentro de este mecanismo social de la hipocresía, ser la “Good wife” y pertenecer al mundillo de los “normales”.

Dice Criseida, “aparentar, aparentar y seguir aparentando, hay que proteger el statu quo, hay que evitar el escándalo, hay que seguir siendo la esposita buena y abnegada”. Desde la evocación de esta serie televisiva, encontramos un ensayo anidado en la sinceridad, en el estallido de los verdaderos deseos y en el autoconocimiento que toda mujer debería procurarle a su propia existencia.

Las series de televisión también vienen a dialogar con la tradición literaria y en parte son la recuperación coloquial de algunos clásicos. En Te guardé una bala, la autora Kelly A.K nos recuerda esos cuentos de princesas y de infancia que ya han sido “escritos por Grimm, Andersen, Disney”, reescritos por Hollywood y recuperados en Once upon a time, serie creada por los guionistas de Lost.

De esta reapropiación de épocas y literatura clásica, también escribe el cuentista Alejandro Badillo, quien haciendo alusión a la serie inglesa Donwnton Abbey, ambientada en la Inglaterra flemática de principios del siglo pasado, actualiza la estructura y el estilo de las novelas decimonónicas a la pantalla chica. Lo cual no es un logro menor. Esta serie no sólo está configurada por historias de largo aliento, sino que además nos deja una partecita de esa sociedad convulsa, abrumada por la industrialización y también por la pérdida de los privilegios de una ridícula pero existente clase social que es la nobleza; este mal heredado que todo Estado pasado y contemporáneo sigue manteniendo y al que en México llamamos “Mirreynato”. ¿Cuántas reminiscencias encontraríamos entre la época que dramatiza Downton Abbey y la actual?

Alrededor de las series televisivas se mueve un vasto mundo de consumo, que va desde la producción de juguetes, ropa, música, hasta la innegable escritura de bestsellers y de textos que giran alrededor de estas historias. Estos se parecen mucho, comenta Luis Bugarini, a las novelas por entrega, esas que seducían al lector a esperar con paciencia los capítulos por venir. De aquí que las series televisivas no dejan de ser una página más de ese enorme libro que es la vida. Rebajar su valor cultural sería tomar una actitud purista frente a lo que, y como lo menciona Julio Cesar Toledo en Te Guardé una Bala, finalmente “también viene a ser una maraña de relatos. Sí señor espectador, sépalo bien, usted que gusta de ver series, en el fondo, también es un buen lector”.

Quedan muchas más historias por contar, la antología está tejida por quince voces, y sólo dependerá de ustedes elegir cuál se acerca más amigable ante sus ojos. Los invito a leer Te guardé una bala.

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