Jauría, la primera novela de Patricia del Río (Lima, 1968) es una narración corta publicada por el sello Tusquets. Es una suerte de relato largo dividido en diez historias acerca de la vida de un pueblo. La narradora, una mujer mayor y de los Andes peruanos, cuenta las vicisitudes de su comunidad durante los años del conflicto armado interno de finales de siglo pasado en el Perú.
Cada una de las diez historias tiene dos características inalterables. La primera es que hay un perro como personaje. La segunda es que los dueños de los primeros se han separado de estos, muchas veces a causa de la muerte.
La narradora cumple la tarea de rememorar la vida de los pobladores, incluidas sus mascotas.
La función de los animales en cada historia no es protagónica. Sin embargo, esto no hace que su participación deje de tener importancia. Los protagonistas, es decir, los dueños de los perros son personas acechadas o atacadas no solo por el terrorismo o el abuso de las fuerzas armadas, sino también por las creencias que se manifiestan en sus familias y en la comunidad en la que viven.
Por ejemplo, en el capítulo Choco. La homofobia y el machismo son parte de las creencias de la población, al considerar a Junior, único hijo de un matrimonio con ocho hijas, un rarito por su homosexualidad; o por el dolor al amor propio de su padre, Diego, quien tiene ocho hijas y se siente insuficiente. Estas ideas son las que marcan el destino de los protagonistas, acaso también el de los perros. Y estos últimos juegan un papel no solo de acompañamiento sino de sujetos receptores de dolor. Los perros llevan el luto de sus amos, mueran o desaparezcan a causa de las incertidumbres e injusticias del entorno. “Es como si quisiera morirse, pero no se muere. Tiene un cuerpo cansado y un alma terca (pág. 69)”. La muerte es, además, parte de los animales. En el capítulo Jauría hay un pasaje que complementa esta idea: “Los perros del monte fueron por muchos años los dueños del lugar, los dueños de los muertos (pág. 102)”.
La novela es una revelación de injusticias contada desde la perspectiva de la última sobreviviente. La narradora también es una receptora de dolor, tal como los perros, puesto que estos no tienen dueño y acuden a ella. Viven todos juntos en gran diversidad, ya sea por patrones físicos o por la historia que cargan. Son una jauría tan diversa como la propia comunidad: Bigote tiene tres patas, Urpi es coqueta y pegajosa, Luna es de carácter fuerte, Ñaui es tuerto. Podemos pensar, quizá, que el pueblo en realidad no está deshabitado. Hoy, que los animales han cobrado tanta importancia y son una fuente de compañía, podemos sugerir que los perros de la obra no solo cumplen un papel de receptores de dolor, tal cual su dueña y narradora, sino que sostienen la vida de esta última.
La novela está acompañada de recortes periodísticos de sucesos que complementan la historia de cada relato. En algunos casos, como en el capítulo Bigote, en donde se ahonda en la vida del hijo de la narradora, aparece un poema de Katakay, poemario de José María Arguedas.